miércoles, 1 de septiembre de 2010

Mi perro y yo

De por qué ignoramos a los sin techo mientras la mirada se nos va tras sus mascotas.
Mostrarse algo más humanos es fácil, es gratis y ya nos viene de serie.


MI PERRO Y YO

Mi perro es feo, pequeño, juguetón y todo lo amigable que podría ser un can en sus circunstancias. 
Mi perro es muy feo, pero yo le quiero, y lo que es más importante, él me quiere a mí.

Mi perro es blanco y negro, y el color de su pelo supone una gran ventaja, porque la suciedad se incrusta en él y se mimetiza entre sus manchas oscuras, haciéndose pasar por ellas. A mí sin embargo, siempre tirado en la calle junto a él, la suciedad se me adhiere a la blanca piel y cubre mi cuerpo de tiznas parduzcas y negras, que desde hace años, se han convertido en el complemento más indispensable de mi atuendo. Las adquiero a cómodos plazos, en los grandes almacenes de la intemperie.
Esas tiznas que me cubren el rostro, las manos, los brazos, las pantorrillas e incluso la parte interna del pabellón auditivo, inspiran desprecio, olvido y abandono.
Las tiznas que cubren el pelaje de mi perro, inspiran compasión, ternura y simpatía en las miradas de las decenas, cientos de personas que pasan cada día frente a nosotros.

Mi perro y yo somos dos perros en busca del mismo hueso que olisquear. Manos henchidas de cariño le regalan caricias, palabras tiernas, miradas cargadas de piedad. A los más humanos incluso se les humedecen los ojos al verle olfatear el suelo con su nariz minúscula, chata, negra y mugrienta, tras la cual y a plena luz del día, yo me convierto en un ser invisible, adquiero mágicamente las cualidades del agua. Incoloro, inodoro e insípido, a pesar del hedor que desprende mi cuerpo en su harapienta negrura.

Mi perro y yo conversamos las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días al año, acurrucados en los márgenes de la entrada de uno de los supermercados situados en la primera línea de la playa de Gandia.
Es mi mejor interlocutor, mi fiel tertuliano, aunque todos piensen que hablo solo, que estoy chalado. Nos divertimos comentando la indumentaria de todo aquel que entra y sale del establecimiento. Si algo le gusta, mi perro ladra. No, mejor dicho, mi perro ríe y yo ladro, porque casi todos le dedican una sonrisa y alguna que otra palabra afectuosa.

Soy la mascota de mi perro, porque el mundo me condena a serlo, y muchas vidas tendré que vivir para alcanzar de nuevo el estatus humano.
Quién fuera perro.
Quién pudiera reencarnarse en vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario