martes, 7 de septiembre de 2010

¿La verdadera evolución del ser humano? Del Homo Panis al Homo Higiénicus



Dedicado a todos aquellos que piensan que el egocentrismo es un veneno que inunda de mierda a la especie humana, de la cabeza a los pies


¿LA VERDADERA EVOLUCIÓN DEL SER HUMANO?
DEL HOMO PANIS AL HOMO HIGIÉNICUS


En contra de la creencia generalizada, los seres humanos hace ya décadas que no nacen con un pan debajo del brazo, sino con un rollo de papel higiénico entre sus manos. 
Este cambio inesperado, aunque más que predecible, vino marcado por la costumbre que los seres humanos adquirieron de cargarse en sus propias vidas. Y así el universo, que es sabio y compasivo, les concedió al menos un nimio paliativo, el del rollo de papel higiénico, para evitar que pulularan por el mundo pringados por la mierda que ellos mismos iban lanzando sobre sus propias cabezas, a cada instante.

Cuando el ser humano civilizado, postmoderno y urbanita encauzó su existencia dentro del mejor de los mundos posibles, ese en el que vivimos, tan civilizado, tan postmoderno y tan urbanita, el rollo de papel higiénico se convirtió en su más fiel aliado.
En el bolsillo interior de su chaqueta lo portan los hombres de negocios. Cargan con él las amas de casa en su carrito de la compra. También es complemento indispensable de aquellos que caminan perdidos por el mundo, en busca de rumbo, y de aquellos que aun teniendo rumbo, creen que no es el correcto.

Cuando algo sale mal, cuando no nos hallamos ni en el momento ni en el sitio adecuados, o al menos eso creemos,  nos cagamos en nuestras propias vidas poseídos por una especie de diarrea espiritual, sin percartarnos de que nuestro rollo de papel es finito. 
Una y otra vez nos sentamos en el trono para lanzar improperios al universo, a Dios y a nuestros padres, esos seres tan amados que un día tuvieron la paranoica ocurrencia de engendrarnos.

Nos nos gusta lo que la vida nos ofrece porque tenemos demasiado tiempo libre para pensar y dedicamos poco a pensar en los demás.
No nos gustamos a nosotros mismos, y para no sufrir, recurrimos a la cirugía estética, al Prozac, a las clases de meditación de un yogui indio de nombre impronunciable, hacemos punto de cruz y petit point, buscamos consuelo en páginas porno o nos encomendamos a los santos sacramentos del consumismo devoto.

Pero tras tantos esfuerzos, vanos, vacuos e inútiles, finalmente llegamos a la conclusión de que nuestras vidas son una película mala que nunca debió haber salido de la sala de montaje. Siempre nos percatamos de ello sentados en la butaca de cine frente a la pantalla que proyecta las vicisitudes de nuestra propia existencia, con un rollo de papel higiénico entre las manos, al que cada vez le restan menos metros de papel.
Nos vamos directos al trono, y la historia vuelve a comenzar, como si se tratara del mito del eterno retorno.

Cuando el petit point, el punto de cruz, el Prozac, la meditación y el consumismo exacerbado no alcanzan a cumplir la misión para la que creímos que fueron creados, nos sentimos perdidos, nos fallan las fuerzas y no somos capaces de lanzar nuestro rollo de papel higiénico lejos, muy lejos, para erigirnos al fin como quaterbacks de nuestro propio campo.

Cuando el rollo de papel higiénico que se nos concedió al nacer por gracia del universo llega a su término, y ya no es posible cagarse una sola vez más sobre uno mismo, llega la hora de abrir los ojos, de tener la valentía de ver la película de lo que ha sido tu vida hasta el final sin abandonar la sala, de volver a recuperar el pan que te fue arrebatado al nacer. 
De comprender que la vida es un crisol del que formas parte, pero del que no eres el único elemento.

El egocentrismo es un veneno que pone un rollo de papel higiénico en nuestras manos y nos arrebata el pan, y nos lo arrebata todo, llevándose por delante nuestra potencial capacidad de ser felices. 
Nos inunda de mierda, de la cabeza a los pies.

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