sábado, 19 de marzo de 2011

Presente continuo

Alzheimer.
Encefalopatía espongiforme.
Olvido.
El diagnóstico de que pronto olvidaré que olvido. 
Un alivio.

Pero ahora quisiera dejar atrás el olor gaseoso del hospital de ventanales enormes siempre cerrados y aspirar con ansia el irritante humo de un cigarro, que ya puedo fumar sin el remordimiento del que se enquista a propósito el germen de una muerte dolorosa. Pronto dejaré de asociar causas y efectos. Pronto olvidaré qué es la vida, y por ende, qué es la muerte. Soy libre, un ser que se afianza en un presente continuo que discurre entre un pasado y un futuro sin entidad propia.

Inhalo una primera bocanada de humo, una segunda, una tercera y llego a la conclusión de que lo más paradójico es no percatarse de cómo esta sociedad postmoderna de fibra óptica ha destruido el pasado y ha convertido al futuro en una quimera, para reducir la existencia de todos a un mero presente continuo, del que yo soy ahora un habitante consciente. La postmodernidad es el yo, el aquí y el ahora, que se cuestiona incesantemente qué es el yo, el aquí y el ahora, que lo acelera y relativiza todo, que incluso duda de qué es el qué.
Una locura.

Cuarta bocanada. Con los bronquios sensiblemente algo más colapsados, apoyado en la pared de metacrilato que separa la calle del hospital, miro de soslayo a un perro enclenque, tiñoso y maltrecho que apoya sus patas traseras en el suelo y fija sus ojos en mí con gesto amigable. Mal compañero has ido a elegir, amigo, mal compañero de memoria de pez y pulmones negros.

-                           Tú que eres perro y que la lealtad es lo tuyo, dime ¿qué es la lealtad?

Tres cigarros más y el perro aun permanece erguido frente a mí. El mismo gesto, la misma mirada, no cabe razonamiento posible que pueda refutar su definición del concepto. No le han hecho falta palabras, la semiótica de su cuerpo resulta inquietantemente comprensible. Los seres humanos hemos enfermado, engullidos por la magnificencia de nuestra propia razón. Cuestionar la palabra frente al gesto, si del gesto de un perro se infiere lealtad, se me antoja un regreso necesario al Romanticismo, en el que los seres se prometían amor eterno sin tratar de definir, categorizar, desmenuzar sus entrañas, como si de un reloj de cuerda se tratase. En esencia un reloj de cuerda no son sus engranajes, pero hoy muchos creen que el amor es una caja de bombones el día de San Valentín.

Alzheimer.
Encefalopatía espongiforme.
Olvido.
El presente continuo me arrastra hasta su seno, sin sentir el dolor de la pérdida. Al fin y al cabo soy un ser postmoderno al que acaban de diagnosticar alzheimer, encenfalopatía espongiforme, olvido. Nada nuevo, debería estar ya acostumbrado a vivir olvidándolo todo.

Dos cigarros más.
  ¿Dónde estoy?
          ¿De quién es este perro?
                                  ...





2 comentarios:

  1. Una vez visitaba a una familia y me tropecé con una vieja dama, más vieja que dama. El motivo de la entrevista era hablar sobre sus pólizas de seguros, con lo cual acabábamos hablando de precios y dinero. La vieja dama me preguntaba, delante de su hija, cuanto tenia que pagar. Y yo le contestaba. A los pocos segundos, la vieja dama repetía la misma pregunta. Y yo le respondia. Y así unas cuantas veces. Fue la primera vez que conocí a alguien aquejado de olvido. Y el sentimiento de irritación ante la insistente pregunta se tornó en mirada horrorizada a un vacío vertiginoso en el cual, el mismo momento nunca pasa para la persona que olvida. Recuerda sin embargo que ha de averiguar algo, pero nunca su pregunta obtiene respuesta ya que esta se desaparece de su memoria y jamás llega a saber. Tal vez hay una causa ademas de esas que tratan de curar con medicinas. La memoria ya ha soportado demasiado y contiene demasiada información dolorosa, demasiada tensión que el cuerpo ya no soporta. Y el cuerpo anula la mente y trata de sobrevivir siguiendo el instinto básico de supervivencia que hasta los vegetales tienen en lo más recóndito de su memoria celular. La otra, la humana, es letal. Es por ello que propongo que ante el doloroso recuerdo, tratemos de asimilarlo lo mejor posible y no arrinconarlo en la memoria, desconectando las neuronas que lo unen al resto de la mente.. ese recuerdo crecerá un dia y será tan insoportable que tal vez nuestro cerebro de reptil recurra a anularnos para sobrevivir un dia más en un presente sin respuestas.

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