IDENTIFÍQUESE
Hotel
Gandia Palace. Playa de Gandia, 20h. Un grupo de 30 manifestantes de
todas las edades, sexos y colores (señores, ¡incluso había dos
perros!) se sitúa frente a la entrada principal del hotel para
brindar su “calurosa” bienvenida a los integrantes de la plana
mayor del Partido Popular de la Comunidad Valenciana. Calurosa,
tórrida, ardiente bienvenida. El termómetro de la indignación
social aumenta día tras día, y como antipirético recibe polvo de
tiza.
Partido
Popular. Popular, término originario del latín: Populus, -i.
Pueblo.
Partido
Popular. Partido del Pueblo. Qué vanas resultan las palabras
carentes de contenido. Su semántica no nos remite más que al vulgar
fetichismo, casi intelectualmente pornográfico, que se alimenta de
la ignorancia y el olvido.
La
mosca moribunda en que se ha convertido la Constitución Española,
pulula sobre las cabezas de los manifestantes y les dedica sus
últimos aleteos:
Artículos
20 y 21 de la Constitución Española de 1978:
Se
reconocen y protegen los derechos:
- A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opniones mediante la palabra.
- Se reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas. El ejercicio de este derecho no necesitará autorización previa.
“¡Maniquíes!”.
“¡Marionetas!”. “¡No hay pan para tanto chorizo!”. “¡No
nos representan!”. “¡Gürtel, Gürtel!” “¡Se va a acabar la
paz social!”. “¡Esto no es una crisis, es una estafa!”.
La
palabra revestida de razón, el arma que más temen los poderosos,
trata de ser silenciada a costa de los peones del tablero, que
uniformados y armados comienzan a acorralar y a exigir la
identificación de todos los manifestantes.
“Señor
subinspector. Y si yo pasaba por aquí...¿Por qué he de
identificarme? ¿Por qué no me dejan transitar libremente por la vía
pública? Me parece una actuación más que curiosa, digamos... al
margen de la legalidad”. “Señorita, llevo años pidiendo DNIs,
yo ya no tengo curiosidad” “Pues yo sí señor, soy periodista.
¿Sería tan amable de darme su número de placa?”
El
subinspector mira de soslayo a uno de sus lacayos que deletrea con
robótica cadencia el nombre y apellidos de todos los identificados.
“Por
qué he de identificarme?” “Esta manifestación es ilegal, son
ustedes más de 20 personas y no han dado aviso de manifestación”.
Perfecto.
A partir de ahora tendremos que dar aviso cada vez que un grupo de
más de 20 personas observa a un artista que canta en la calle, que
hace malabares, que recita versos, etc.
Se
reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas, a expresar y
difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la
palabra.
La
palabra. Gabriel Celaya ya lo grabó hace años sobre el papel: “La
palabra es un arma cargada de futuro”. Cierto, sobre todo aquella
que resulta incómoda a los defensores de este sistema empeñado en
desintegrar nuestra capacidad de análisis y reflexión sobre la
realidad a base de entertainment, ignorancia y falsos valores
de clase.
¿Cómo
no estar indignado frente al control férreo del quién, cómo y
cuándo deben expresarse las verdades?
La
palabra es nuestro arma de futuro. De futuro y de conciencia social e
histórica, esa de la que carecen aquellos cuya voz es difundida a
los cuatro vientos a través de unos medios de comunicación
serviles, vendidos, obsoletos y lamentables.
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