sábado, 23 de abril de 2011

La trascendencia es materia sin rúbrica


Hartos ya de ídolos de piedra que se regocijaban observándonos desde sus pedestales divinos, nos adueñamos de la perspectiva y les arrebatamos su cualidad más preciada: la creación del universo. Lo que antes fueron bastidores impregnados de óleo, puntos de fuga conteniendo la profundidad mimética de la materialidad del mundo, hoy son clones de mamíferos que nos hablan de la planitud de Dios y de su muerte como concepto.

Lo perceptible se adueña de este mundo ateo, y paradójicamente, la invisibilidad de lo eléctrico es hoy aquello que encumbra al hombre al estatus del Dios. Puntos de vista encarnados en bits: existen tantos como mundos, y tantos hombres como artistas. Demasiados y vertiginosos mundos, obras que antes de ser comprendidas mueren sepultadas por el peso de la saturación.  Universos superpuestos que no cesan de aparecer. Lo audiovisual es un peso liviano a la par que un peso pesado, que por acumulación, conforma un conglomerado de puntos de vista que somos incapaces de asimilar.

Si el templo de Youtube nos invita a pensar (y a creer) que todos somos iguales, porque nuestra obra ya no depende del encargo del clérigo que entraba en contacto directo y privilegiado con Dios, es que la esquizofrenia ya se ha alojado irremisiblemente en nuestra mente. Sin pretenderlo, el comunicador audiovisual, asume hoy el papel del dios que pretende dar forma al origen trascendente y trata de explicar la realidad mediante imágenes capturadas y ordenadas en pos de la narratividad. Lo narrativo es inmanente al artista. Lo trascendente reside en lo material, y no exige de la intervención del creador. Quienes creen en el futuro saben que en mostrar la realidad sin explicarla, sin la rúbrica del artista, la realidad sin narratividad es lo que trascenderá cuando el artista haya muerto. 
Cuando lo particular se evapora en el actual infierno de saturación de imágenes, el artista debe involucionar para convertirse en artesano, no ya al servicio del Dios de antaño, sino al servicio del hombre que en lo común con otros hombres hallará la trascendencia. 

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